miércoles, 13 de marzo de 2013

Rollo 575 de Pistoleros Famosos





Rollo especial que quiero compartir con ustedes, en el rollo siguiente les daré mi punto de vista..esto sucede actualmente en el estado de Nuevo León, México...


Lechuguilla, única esperanza para habitantes del poblado Carricitos

24 de Octubre del 2012 a las 09:10am
Ardua labor afecta a gente como doña Emilia, al grado de borrarle las huellas digitales.
Lechuguilla, única esperanza para habitantes del poblado Carricitos
24 de Octubre del 2012 a las 09:10am
Ardua labor afecta a gente como doña Emilia, al grado de borrarle las huellas digitales.
Mina “Hace mucho que se me borraron las huellas digitales y el gobierno no me quiere ayudar. Me manchan los dedos con tinta y el dibujo queda liso ¿Puede creerlo?.
Quien expresa lo anterior es doña Emilia habla despacio y muy bajito. No pasa el metro cincuenta y tiene la piel tan resquebrajada que los pliegues se abultan demostrando una edad de esas imposibles de calcular.
Lo que expresa Emilia es tan insólito para el citadino como cotidiano para la población rural de Nuevo León. Cientos de familias que pueblan la periferia de los municipios más pobres conviven con el diario suplicio que supone la cosecha de la lechuguilla y candelilla, dos plantas espinosas que reclaman una tarea agotadora desde las primeras luces del alba y por la cual los campesinos obtienen ganancias ínfimas que rondan los doscientos pesos semanales.
Lo único que tenía era el dinerito que me daba el programa Oportunidades y ahora me lo quitaron, Ya pasó un año y sigo sin que me den nada. Vino la brigada varias veces, y me dieron una tarjeta pero como tengo la yema tan gastada se niegan a darme algo”, muestra sus manos y los dedos son anchos y planos; se sienten tan ásperos que su textura es similar a la de una corteza de árbol.
Tengo muy trabajadas las manos y como ahora estoy haciendo bolsas me lastimo demasiado. Muchas ganas me detengo un rato a llorar y ganar fuerzas comos sea porque tengo que seguir chambeándole para sacar algo”, explica doña Emilia, mientras hace la mímica del proceso para extraer el denominado mecate y decenas de derivados que llegan a exportarse hasta el lejano oriente; un destino tan distante de Carricitos que suena irrisorio asociar uno de los poblados mas pobres del estado con varios de los mas acaudalados mercados internacionales.
El kilo de ixtle, de hilo, me lo pagan a quince pesos, se imagina ¿que puedo hacer con eso?”, reclama.
Detrás de Emilia, varias niñas se ocultan en la sombra de un robusto y solitario árbol. Pareciese que el desierto del municipio de Mina no regala ni un metro de sombra a los pocos habitantes que se animan a desafiar al sol del mediodía. En el ejido Carricitos son una veintena de familias y quizás este año superen los cien habitantes por primera vez. La rutina del pueblo es simple y agreste. “Nos vamos temprano a cortar la candelilla y nos llevamos un burro para ir cargando los arbustos. Así nos pasamos varias horas porque debemos caminar muchos kilómetros para recolectar una buena cantidad. Ya no puedo mucho y hago lo que puedo para recolectar bastantes bultos y poder quemarlos a fin de la semana”, señala Héctor, un hombre que cumplió cincuenta años el mes pasado y trabaja la tierra junto a su hijo y sobrino.
Tener familia es un privilegio que debe aprovecharse al máximo en un terreno tan agresivo como el de Carricitos. “Nombre, usted cree que eso es mucha lana. De mil kilos de arbustos de candelilla puedo obtener quince kilos de cera, y estoy exagerando un poco, oiga”. Confiesa mientras muestra un caparazón de hojalata de varios metros cúbicos de capacidad donde quema la cosecha y reduce la hoja a cera.
La mayoría de veladoras que hay en Monterrey se hacen con la cera de estos ranchos; sí, así de jodidos como estamos es lo único que tenemos para sobrevivir porque ni los políticos llegan”, expresa el hombre curtido en el campo.
Héctor no termina de quejarse cuando su hijo lo interrumpe. Avanza el día y varios hombres se juntan para conversar y echar cheve “Pa, te llama don Temo”, le grita mientras una reunión de sombreros y voces roncas se suceden en la entrada de la casa más grande del pueblo.
Apenas son las dos y resguardarse del calor es sinónimo de tomarse unas ‘rojas’. “Ahí andan de puros borrachos. No hacen otra cosa más que tomar y gastase la poca lana que tenemos”, se queja una señora.
Que quieren o que, toda la pinche mañana trabajando y por dos cheves hacen problemas”, responde otro. Varios minutos después la situación no paso a mayores. Las mujeres se guardan en sus casas y los hombres siguen poniéndose al día con alcohol hasta rebalsar.
La tarde en le desierto pareciese avanzar en cámara lenta. Nadie apura el paso y cada movimiento es el necesario. Ni gestos ni gritos que gasten energía. Faltan todavía ocho horas de luz pero el pueblo parece fantasma.
El alcalde de Mina ayudó a varias familias que votaron por él y que se identificaron con sus colores y al resto nos dejó tirados. Somos muy pocos y estamos demasiado escondidos para que alguien quiera fijarse en nosotros. Es fácil aprovecharse porque nos tienen contra ‘la espada y la pared’”, agrega Esteban mientras reacomoda varias pieles de víboras.
Al otro lado de la calle los matorrales dejan asomar varios esqueletos de metal que suponen unos envejecidos juegos para niños. Nadie salta sobre ellos y la postal que configuran empeora la totalidad del cuadro. Contexto que se completa con una escuela primaria deslucida y una vieja parroquia con paredes de piedra que permanece solitaria. “Ni sacerdote hay. Antes venía una vez a la semana desde Icamole pero hace mucho que quedó vacía. Las puertas quedan siempre abiertas y hasta vino el obispo una vez”. Esteban sonríe con el recuerdo y se infla de orgullo. “Ni crea que es de la época colonial. Hace muchos años la construimos nosotros y bajo los cimientos dejamos varios utensilios de la época colonial que encontramos. Hasta espadas y otras cosas muy raras que decidimos dejar allí enterradas pudiesen ser hoy una atracción turística”, se emociona.
Mientras la tarde se escapa doña Emilia sigue su rutina. Su casita es pequeña y el adobe la resguarda. Un tibio olor a humedad se mezcla con las hojas que trabaja y su queja por un crónico dolor de espalda le devuelve el enojo. “Para ir al hospital hay que pagar una troca de quinientos pesos y no…imposible. Aquí no hay nada y necesitamos que nos ayuden, porque el doctor viene una vez al mes y lo único que nos da es puro ‘naproxen (analgésico)”, reclama.

Les comparto algunos videos...Saludos...










<!--[if !supportLineBreakNewLine]-->
<!--[endif]-->